
Fue el preciso momento en que la inusual brisa infiltrada en pleno verano le desacomodaba convenientemente los pelos encima de la cara. Fue en ese momento preciso, exacto, hermoso. Fue en aquel imborrable segundo en el cual la luna ilumino la apertura de sus ojos… que callé. Y en vez de hablar los versos pensados, mi corazón le dijo lo que su estomago había procesado.
“Eres la fragancia más dulce que mis ojos hayan tenido la oportunidad de escuchar”
Obviamente no escucho, obviamente nunca le dije. Pero lo supe. Y desde ese día, o sueño, o día, me di cuenta de que a ella la podía amar, siempre amar.
El punto no quiere ser final.